Una vez, una gran eminencia de la medicina china de la isla La Reunión (isla tropical del Océano Índico) decretó, por allá por el 2006, que yo era frágil. No me lo comunicó directamente, se lo dijo a mi pareja. Quizás pensó que no sabría gestionar esa información… “lógico”, teniendo en cuenta mi “fragilidad”. Le pidió que me cuidara bien.
En aquel momento, yo era ingeniera de la construcción: hacía cálculos, controlaba procesos constructivos en las obras, organizaba proyectos, detectaba los errores y posibles problemas y aportaba soluciones a los constructores y obreros. Vivía a más de 10000 km y 24h de viaje de mi familia, con la que crecí en Gran Canaria. Había estudiado en Alemania y Francia, sola, desde los 18 años. mmmmmmm ¿Hola?
Me educaron en que yo podía hacer cualquier cosa. Crecí como hija del feminismo de la igualdad: “Hija mía, tú, como mínimo, igual que un hombre: estudia, viaja, trabaja en lo que quieras, ve a por tus sueños y sé feliz.”
Ellas, en su época, no pudieron hacer lo que querían. Y lucharon para conseguir que sus hijas, nosotras, sí pudiéramos.
Yo estaba a años luz de pensar que alguien me tenía que cuidar. Pero esa fue la sentencia que hizo tambalearse toda mi base. A partir de ahí empezó a nublarse poco a poco mi mundo: dejé de saber quién era, lo que quería, qué era capaz de hacer ni para qué… aunque no fui demasiado consciente…
Y mi trabajó empezó a estresarme: horarios muy largos e intensos, mucha presión como mujer en la obra (en la que básicamente tenía credibilidad si iba acompañada de otro hombre o si gritaba y me enfadaba como ellos en las reuniones), un trabajo muy marcado por normas estrictas, poco espacio para la innovación (sobretodo la medioambiental, que era la que me gustaba) todo muy lineal, muy ‘día de la marmota’.
“Compórtate como un hombre, sigue el ritmo” era el mensaje. “Pero no te olvides de que eres diferente, y frágil, el sexo débil” of course…
Dejé ese trabajo, claro, mi salud se resintió.
Por otras razones, dejamos la isla y nos volvimos a Europa. Estudié naturopatía, quería aprender a autorregularme y mantenerme sana y fuerte de manera natural. Primer paso en mi transformación, en mi camino de autoconocimiento y autocuidado.
Y me sucedió la maternidad. Fue deseada ¿eh?… pero fue la siguiente experiencia vital que me dejó descolocada, en un mundo en el que como mujer y naturópata, “debía” cuidar (se esperaba que cuidara) a mis hijos de manera natural y respetuosa, y también como mujer moderna “debía” seguir (se esperaba que siguiera) trabajando y mostrándole al mundo que podía con todo, que era perfecta. Yo quería no tener que elegir… imposible.
Elegí maternar. A jornada completa. Sentía que era más importante estar presente para mis hijos que todo lo demás. (Apego seguro para potenciar personas adultas llenas de autoestima y seguridad). Decepcioné a muchas personas al meterme en el papel de la mujer madre, también a mí misma. Estaba yendo en contra de mis propios principios, de la educación recibida: “Sé independiente, hija”. Y a la vez estaba cumpliendo con otros mandatos: “La mujer en casa, cuidando a los niños”.
Yo quería las dos cosas. Imposible.
Las mujeres no lo tenemos fácil. Hagamos lo que hagamos, siempre hay alguien ahí para señalarnos con el dedo, para criticar nuestras elecciones, para encajonarnos con una etiqueta.
Y para gestionar esta presión… nos empeñamos en encajar, luchamos por poder con todo, nos ponemos un alto nivel de exigencia, mucha intensidad y lo conseguimos… con mucho sufrimiento, mucha rabia y poco disfrute, aunque un alto reconocimiento social…
O… nos ponemos en modo automático, dejamos de pensar y tomar decisiones, aceptamos lo que venga, cumplimos con nuestros “deberes” y ya.
Y por eso estamos siempre AGOTADAS ¿cómo va a haber energía en vidas así???
Ahora soy psicóloga con perspectiva de género (imposible dedicarme al 100% a la maternidad…), conocedora de los ritmos cíclicos de la mujer y promotora de la salud natural.
Fui hombre en cuerpo de mujer; fui mujer en el estereotipo más clásico; fui superwoman en todos los sentidos. Estaba agotada.
Ahora sé quien soy y hacia dónde voy. Ahora vivo con energía, motivación y disfrute. Ahora comprendo mi cuerpo y sus mensajes. Ahora sé que puedo vivir feliz en esta sociedad lineal, si respeto y honro mi ciclicidad, sin estrés, sin dolor.
Mi superpoder, nuestro superpoder es este equilibrio dinámico que alterna los momentos de rendimiento máximo con los de descanso, los de acción y los de reflexión, los de vida social y los de autocuidado…
Y me dedico a mí, y esa dedicación me lleva a acompañar a mujeres que se sientan o se hayan sentido como yo. Mujeres que ya no quieran seguir en piloto automático, y que intuyan que hay algo más y quieran ir a por ello. Mujeres cansadas de estar cansadas, que quieran conectar con su energía, vitalidad, motivación y entusiasmo por vivir.
¿Quieres tú? ¿Eres una de ellas?
Entonces… ¡a por tu vitalidad!